Cuando el cansancio físico y mental es permanente puede significar el inicio de graves trastornos de la salud. El secreto para su prevención está en reconocer los primeros indicios de su llegada y corregir a tiempo sus hábitos causales.
Como todo ser vivo, el organismo humano debe cumplir periódicamente de un natural ciclo biológico que consiste en dos etapas bien definidas: el desgaste y la recuperación de energía. Dicho de otra manera, la energía que se gasta debe recuperarse. Para llevar a cabo este pendular ritmo biológico, el organismo humano cuenta con un complejo mecanismo regulador, llamado sistema endócrino; el que a su vez, está gobernado por el sistema nervioso central.
Estas vías de regulación se alinean naturalmente con las horas de día. A la salida del sol y de manera progresiva, comienzan a aparecer en sangre aquellas sustancias endócrinas -llamadas hormonas- encargadas de promover la utilización de las reservas energéticas almacenadas en el propio organismo. Así, durante todo el día, estas hormonas catabólicas hacen su trabajo hasta que el febo comienza a ocultarse. Por la noche, son las hormonas anabólicas las promotoras de la recuperación de energías. Aquí cabe destacar que estas hormonas aumentan su presencia en la sangre, también durante el día, en dos momentos particulares, luego de cada ingesta alimentaria e, inmediatamente, después de un esfuerzo físico.
Todos estos momentos de anabolismo deben ser cumplidos con el necesario e imprescindible reposo físico y mental. De lo contrario, las posibilidades de recarga de energía se verán saboteadas. Sucede que, de prolongar en el tiempo estas conductas de recuperación deficiente, el organismo humano comenzará a dar sus claras señales autodestructivas: desconcentración, pérdida parcial de la memoria de trabajo, fatiga neuromuscular precoz y dolores articulares y musculares; todas éstas, como condiciones premonitorias a la aparición de diversas enfermedades. Asimismo, durante este penoso recorrido se van a desencadenar conductas autoagresivas, como la ingestión de sustancias estimulantes y analgésicas, en busca de un alivio que resultará tan fugaz como efímero. Como lapidario colofón, este espiral vicioso culmina con un triste cuadro de desgano permanente que retroalimenta la caída de la autoestima.
Una alimentación acorde a las necesidades particulares sumada a un buen dormir en los horarios correspondientes son los únicos procesos naturales de una saludable recuperación energética. Corregir estos hábitos garantiza un óptimo equilibrio biológico que agiganta las barreras de defensa contra la incesante exposición a los agentes patógenos y que, además, recupera el rendimiento físico y mental y, principalmente, el optimismo por vivir.
Lic. Luis Antoniazzi