En una superpoblada ciudad, un hombre, esposo y padre, había llegado una vez más al control médico de rutina, exigido por la empresa para la que trabajaba. Octavio, cual era su nombre, hasta ese día formaba parte del abarrotado conjunto de seres humanos que transita de manera paradojal por una vida sedentaria y a la vez acelerada por llegar quien sabe donde. Luego de peregrinar por el angustiante sendero de los exámenes médicos, llegó el inesperado y lapidante diagnóstico. Aquella tarde se hizo noche cuando la doctora finalmente le informó a Octavio la fatídica noticia. Padecía una avanzada enfermedad terminal. A esta altura, la estimación más halagüeña presagiaba tan solo seis meses de vida. A partir de ese día, la vida de Octavio nunca más fue la misma … mejoró !!!
Octavio comenzó a valorar la vida de otra manera. Quizás se dio cuenta que lo primero no es lo urgente sino lo importante. Celebraba la vida al erguirse cada mañana. Brindaba con el desayuno por haber podido prepararlo. Aplaudía a rabiar luego de levantar y besar sus hijos. Eternizaba el abrazo fuerte con su incondicional esposa. Sonreía hasta la carcajada luego de subir, sin siquiera despeinarse, los dos pisos por escalera que lo llevaban finalmente a su oficina. Y así, cada movimiento o desplazamiento cotidiano era valorado como un gran logro al final de cada día, cuando la almohada le indicaba el necesario descanso.
Nadie tiene la vida comprada, una afirmación más que cierta. No obstante, así como son muchos los errores voluntarios del autoconsumista, que lo ponen más cerca del arpa que de la guitarra, son muchos los recursos también voluntarios que pueden alejarlo del riesgo. Aunque parezca paradójico, el peor de los flagelos es el más fácil de combatir. El prolongado sedentarismo de Octavio, fue dejando huellas indeseables en todos sus tejidos, generando limitaciones físicas a través del tiempo hasta convertir su cuerpo en una rígida y a la vez frágil estructura. Cuánto tiempo más faltará para que todos los Octavios se den cuenta hacia donde van, así como van ? O quizás, será que la reflexión tendrá que venir siempre de la mano del aciago aviso de un final inminente.
Resulta incierto pensar que Octavio, por moverse un poco de vez en cuando, hubiese escapado a su inexorable destino. Lo rescatable de esta historia es reconocer los beneficios para la salud, de un programa de ejercicios físicos. Al decir de los especialistas, el sistema nervioso libera diariamente esas mágicas pócimas químicas, conocidas como endorfinas, responsables de una placentera sensación de bienestar físico y mental. Quizás si Octavio se hubiese ocupado de ello, aquel implacable destructor interno llamado estrés, con el que él convivía a diario, hubiese seguramente mermado sus posibilidades de acción deletérea. Algunos profesionales de la salud le decían que el ejercicio físico regular permite una mayor optimización del uso del cuerpo, desde gestos tan cotidianos como subir al ómnibus o bajar del auto, hasta regocijarse de un revolcón con los niños en el parque ó disfrutar de un partido de tenis con amigos. También en la expresión corporal de un abrazo apretado, de ese tango compartido o de esa romántica danza amorosa, pueden verse cuantas posibilidades de transmitir afectos hay cuando el cuerpo goza de todos sus movimientos. Y aún así, la excusa era siempre la misma… “no tengo tiempo”.
Quien puede decir que la vida de Octavio hubiese cambiado sin aquel cruel diagnóstico? Será que es imprescindible ese cachetazo del destino para comprender el verdadero valor de la salud ? Dos interrogantes cuyas respuestas son tan únicas como personales. Ojalá que esta lectura promueva a la valoración y el cuidado de la salud. Ojalá que esta reflexión no dure solo un instante. Mientras tanto y pasados aquellos lapidarios seis meses, hay quienes dicen haber visto a Octavio repartiendo sonrisas; sin embargo, nadie pudo asegurar haberlo estrechado en un fuerte abrazo…