Luego de un año tan particular, con cambios de gobiernos y nuevos pensamientos, la palabra incertidumbre se escucha y se vive por todos lados. Quizás también sea un buen momento para mirar hacia adentro y proponernos algunas reflexiones y permitirnos algunas emociones.
Se inicia un año más y para muchos se renuevan las esperanzas. Jugando un rato con las palabras, esperanza viene de esperar y esperar significa nada que hacer hasta que lo esperado suceda si es que sucede. Es cierto que a veces resulta innecesario hacer algo mientras esperamos; no obstante, en determinados casos, lo que esperamos llega diferente a lo esperado. Parece entonces necesario crear condiciones adecuadas para que, cuando el resultado esperado sea desfavorable, encontrar los conectores hacia el optimismo que permitan recuperar aquella ilusión.
A la hora de mirar la vida, la foto del paisaje es única e igual para cualquier mirada, al menos hasta llegar a las retinas. Sin embargo, a partir de allí lo que sigue es tan individual como personas existen. Mejor aún, también va a diferir conforme el estado de ánimo que acompañe a esa mirada, en ese momento. Parece entonces que las emociones protagonizan un rol esencial en la interpretación del paisaje de la vida.
A la sazón, si de emociones se trata la elucidación del panorama, será pues cuestión de descubrir aquellos efectores de momentos agradables. En otras palabras, recuperar aquellas cosas que espiritualmente nos gratifican: charlas con amigos, compañías silenciosas, o quizás solo abrazos, caricias y besos que surjan del encuentro de corazones emocionados. Desde ese sublime estado del alma, ciertamente el paisaje se verá diferente, pleno y tan gratificante como la emoción que lo acompaña. Luego y por un extraordinario derredor de neuronas, cada vez que miremos el mismo paisaje sentiremos una idéntica emoción.
A los fines de encontrar aquellas almas compatibles con quienes fundamentar emociones y más allá de una búsqueda permanente de afectos, será quizás lo trascendente tomar a los otros como simples espejos. Desde esta lógica y mediante una sonrisa que se refleje en el otro, se logran comprobar las hermandades del alma. Así pues, una sonrisa es como una contraseña que identifica confraternidades. Y al decir de un trovador cubano, “…una mirada no dice nada y al mismo tiempo lo dice todo…”, y digo sencillamente: una sonrisa no busca nada y al mismo tiempo lo encuentra al otro…